El próximo dia 10 de mayo se cumplirá el sexagésimo aniversario de mi Primera Comunión, a los 8 años de edad, celebrada en la Iglesia Parroquial de Sant Baldiri, de Sant Boi de Llobregat.
En aquellos tiempos, las efemérides y los acontecimientos propios de los días señalados, eran esperados con desbordante ilusión, y la Primera Comunión era la más esperada en aquellos años de la primera década de nuestras vidas. Los preparativos empezaban unos meses antes. Los padres escogían el vestido, los zapatos, guantes y demás elementos con que nos vestirían en aquel memorable día, siempre barajando lo mejor de lo mejorcito y de acuerdo con las economías familiares, que en aquella época eran, generalmente, muy ajustadas. Luego se elaboraba una relación de las personas más allegadas que serían invitadas a compartir aquella esperada fiesta. Y en la medida que se iba aproximando la fecha señalada, se empezaba a recibir los esperados regalos. Las abuelas acostumbraban a regalar la cadena y medalla de oro, en cuyo reverso se grababan las iniciales y la fecha. Otro de los regalos habituales era el librito de la Primera Comunión con tapas de nácar. También se acostumbraba a regalar unos cubiertos de plata o de alpaca con un baño de plata, con las iniciales grabadas; una billetera de piel; pluma estilográfica..., y así hasta las apetitosas cajas de deliciosos bombones artísticamente presentadas.
Llegada la fecha, los niños y niñas que iban a recibir por vez primera a Jesús, acudían acompañados de sus padres, familiares e invitados a la Iglesia Parroquial, donde comulgaban por vez primera en el transcurso de la Misa celebrada. A la salida del acto religioso, todo era júbilo y alegría, y se intercambiaban las estampas que se editaban para recordar aquella fecha. Luego las familias se dirigían a sus respectivos hogares, donde les esparaba una suculenta comida que hacía las delicicias de los invitados.
Con la antelación necesaria, los niños y niñas que iban a tomar a Jesús Sacramentado por primera vez, acudían a la Parroquia a la que pertenecían para ser aleccionados en la enseñanza del Catecismo, que normalmente corría a cargo del párroco.
UNA ANÉCDOTA
El año en que hice la Primera Comunión se explicaba que, uno de los niños al llegar a su casa después de asistir a la tanda de Catecismo de aquel día, se dirigió a sus padres mostrando evidentes signos de enfado, anunciándoles que no deseaba hacer la Primera Comunión. Al serle preguntado por los motivos de su decisión, dijo que era debido a que el señor cura decía mentidas.
-- ¡Cómo te atreves a decir semejante disparate. Ya está bien de decir tonterías ! -- le reprendieron con severidad sus padres.
-- No es ninguna tontería -- contestó el niño.
Y ante la mirada incrédula de sus progenitores, lo justificó de esta manera:
-- Resulta que hoy el cura, en el Catecismo, nos ha dicho que Dios estaba en todas partes, y yo le he preguntado que, si estaba en todas partes, ¿ estaría también en el corral de las gallinas de mi abuela ?.
-- Efectivamente, Pepito, también Dios está en el corral de las gallinas de tu abuela -- le aseguró complacido el cura.
-- ¡Mentida, es mentida, Dios no puede estar en el corral de las gallinas de mi abuela porque mi abuela no tiene gallinas ni tiene corral ! -- le replicó el niño.